—¡Bruno! ¡Suelta eso ahora mismo!—dijo Mariana, tratando de evitar que el pequeño introdujera una galleta en el reproductor de vídeo.
Bruno tenía fama de ser el más travieso, pero, a lo largo de todo un día en compañía de los trillizos ya había podido comprobar que los tres tenían sus momentos terribles.
—Caca—dijo una voz pequeña detrás de ella—. En el pañal.
—¿Caca en el pañal, Mati?—preguntó ella—. Pero, ¿cómo me haces esto? Si hace sólo un momento que te ha cambiado.
Agarró al niño y se dispuso a cambiarlo, mientras repasaba los consejos que el libro del doctor Hazelton, renombrado pediatra, le daba para aquellos casos. El doctor decía que había que incentivar a los pequeños a pedir sus necesidades haciendo de ello un juego.
—Mateo, tienes que imaginarte que eres el conductor de un camión y la tía Lali es el cliente. Cuando vas a descargar, avisas al cliente para que te diga dónde quiere que lo eches. ¿Qué te parece?
—Bien—respondió Mateo asintiendo.
Mariana le dio unas palmaditas en el hombro y se levantó. Pero, antes de que pudiera disfrutar de su pequeño triunfo, Cris entró en la habitación con un trozo de papel pegado a la mejilla. Ella no tardó en reconocer el papel pintado de la pared del servicio.
—¿Qué has hecho?—preguntó Mariana y corrió hacia el baño. Allí se encontró que la hermosa tira decorativa que rodeaba las paredes había sido partida en múltiples piezas.
—¡No puedo más! Me resulta imposible seguiros a los tres al mismo tiempo. ¡Voy a llamar a mi madre!
Después de sólo seis horas de cuidados infantiles, los trillizos Riera habían ganado la batalla.
En ese momento, el teléfono sonó.
—¡Teléfono!—gritó Bruno.
—¡Yo!—gritó Mateo.
Y Cris arrancó otro trozo de papel y se lo puso a Mariana en la mano con una sonrisa inocente.
Ella corrió a responder a la llamada antes de que ninguno de los pequeños tuviera ocasión de hacerlo.
—¿Mariana ? ¿Eres tú?
Mariana se sobresaltó al oír la voz de su hermana. ¿Por qué tenía que llamar cuando estaba en mitad de un absoluto desastre?
Tratando de recobrar la calma, respondió pausadamente.
—Hola, Rocío. ¿Qué tal estás? ¿Ya habéis llegado?
—Sí—le gritó su hermana como si tuviera que escucharla directamente desde Hawai—. Esto es increíble. Es precioso. No me puedo creer que esté aquí.
—Rochi, puedo oírte perfectamente, no hace falta que grites.
—¿Cómo están los niños?—le preguntó—. ¿Va todo bien?
—Sí, muy bien—mintió Mariana —. Nos vamos organizando. No hay problema alguno.
—Déjame hablar con ellos.
Uno a uno, los pequeños fueron pasando por el teléfono y saludando a su madre.
Mientras, Mariana no dejaba de pensar en su estúpida y pretenciosa actitud de días atrás. Con que era todo cuestión de organización, ¿no? ¿Cómo se iba a organizar si apenas distinguía a los niños entre sí? Eso le dificultaba enormemente algo tan simple como poder reprenderlos.
De vuelta en el teléfono su hermana volvió a preguntarle si todo iba bien.
—No te preocupes.
—No estoy preocupada... bueno, quizás un poquito. Además, tengo la sensación de que se me ha olvidado comentarte algo.
—Tengo todo un cuaderno con tus instrucciones, me sé de memoria los números de urgencias y tengo suficientes pañales como para varios años.
—De acuerdo. Pero llámame si tienes alguna duda. Si no lo haces, yo llamaré mañana o pasado.
—Estás ahí para disfrutar en compañía de tu esposo, así que hazlo. No quiero que llames hasta dentro de tres o cuatro días.
—De acuerdo, lo intentaré.
Nada más colgar miró a los pequeños.
—Bueno, esta llamada no me ha salido tan mal.
Miró a los pequeños con espíritu resignado. Sólo era el comienzo. Todo iría mejorando según pasaran los días.
Continua.
Hola! Sé que el blog es nuevo y tengo que tener paciencia a que empieze a ser conocido, pero no les cuesta nada dejar una firmita al leer el cap no? Bueno, espero que les guste.
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