lunes, 10 de diciembre de 2012

Capítulo 1


El estridente grito hirió los oídos de Lali Esposito, justo antes de que un pegajoso dedo se posara sobre su falda.
Miró por debajo de la mesa de la cocina y vio a su sobrino Mateo, de dos años y medio, con una tostada llena de mermelada en la mano.
—Toma, Lali —dijo el pequeño, posando el preciado trozo de pan sobre la rodilla de su desconcertada tía.
La tostada se deslizó por su pierna y acabó sobre su sandalia, mientras la mermelada se colaba por entre los dedos de sus pies.
—Acabo de encontrar el desayuno perdido de Bruno —le dijo a su hermana, levantando los restos del alimento aplastado.
Rocío suspiró.
—Vaya—se metió debajo de la mesa—. Me pregunto qué más habrá aquí. ¡Pero si hay tres monitos!
Los otros dos miembros del aterrador trío de su hermana se rieron a carcajadas.
—No puedes decir en serio que te quieres ocupar de los tres mientras Nico y yo estamos en Hawai, ¿verdad?—le preguntó Rocío.
—Claro que lo digo en serio—respondió Mariana.
Rocío la miró desde el suelo.
—Lali, no tienes que demostrar nada. Sé que eres capaz de hacer cualquier cosa que te propongas.

«Ojalá eso fuera verdad», se dijo Mariana mientras bajaba del taburete y se dirigía al fregadero para lavarse los restos de mermelada. Se había pasado toda la vida tratando de hacerse un lugar en la familia Esposito y queriendo demostrar que era tan buena como su hermana.
Rocío era la simpática, la guapa, la hija que se había casado con un hombre estupendo y que, además, había dado a sus padres, no uno, sino tres nietos.
Mariana, sin embargo, era tremendamente tímida y una de esas chicas que pasan completamente desapercibidas. Sólo tenía una cualidad: su inteligencia. Era realmente brillante. Y, mientras Rocío, en sus años escolares, se había dedicado a conquistar chicos y a pasear modelitos, ella se había especializado en el cálculo avanzado y la informática.
Se había licenciado un año antes de lo que le correspondía por su edad y, en la fiesta de graduación, se había sentado al lado de su despampanante hermana, sintiéndose como el patito feo junto al hermoso cisne.
Aunque el tiempo la había dotado de un hermoso cuerpo, todavía arrastraba las heridas de sus complejos y seguía ocultándose tras sus ecuaciones. Las matemáticas se habían convertido en toda su vida y le habían proporcionado el reconocimiento social que nunca había tenido: se había convertido en una de las teóricas matemáticas más alabadas del país.
Pero, en los últimos meses, su trabajo parecía no llenar del todo un cierto vacío interior que sentía.
—Rochi, ¿tú crees que yo podría ser una buena madre?
—No veo por qué no. Aunque, antes, tendrías que aprender el arte de la desorganización y no sé si a ti te sería fácil.
Mariana  miró de un lado a otro. La casa estaba hecha un verdadero desastre. Sin duda su hermana había perdido por completo la capacidad de ordenar. En sólo una hora con los trillizos a Mariana  ya se le habían ocurrido un centenar de formas de mejorar la forma de vida de aquel hogar caótico.
—Pues yo creo que deberías poner un poco de control en tu vida—murmuró Mariana . Rocío se rió.
—¡Eso es imposible con los trillizos! Se niegan a aceptar ningún tipo de organización, igual que se niegan a comer verdura. Es genético—Rocío miró a su hermana fijamente—. ¿Por qué quieres hacer esto? ¿Es que has estado pensando en casarte y en tener tus propios hijos?
Mariana hizo una pausa antes de responder. 
Claro que había estado pensando en tener hijos. Lo del marido, sin embargo, no le parecía imprescindible. Lo qué necesitaba realmente era un banco de esperma.
—No—mintió Mariana —. Sólo que me gustaría pasar más tiempo con mis sobrinos, eso es todo.
La verdad era que los trillizos eran las tres únicas personas del mundo con las que siempre se encontraba a gusto. La aceptaban como era y ella los amaba incondicionalmente.
Mariana  suspiró. Quizás si su vida hubiera sido diferente, a aquellas alturas ya sería madre. Pero las perspectivas de un posible matrimonio a sus veintinueve años no eran muy halagüeñas. Probablemente por culpa suya. Al acabar el doctorado, seis años atrás, había desarrollado una lista de los estándares de su posible pareja: elevado coeficiente intelectual, una brillante carrera en ciencias y alguien que pensara que el trabajo de ella era tan importante como el de él. Tendría que ser un hombre extraordinario, quizás un premio Nóbel.
Había salido con un respetable número de amigos, la mayoría colegas del Instituto de Nuevas Tecnologías de Nueva Inglaterra. Pero después de tres o cuatro citas siempre tenía la sensación de que faltaba algo esencial.
Había llegado a la conclusión de que aunque saliera con todos los hombres del planeta jamás encontraría a la persona adecuada.
—Los trillizos dan mucho trabajo. Sería un error que pensaras que es fácil. Diez días se te pueden hacer eternos.
—Es sólo cuestión de organización...
—Sí, ya, con organización lo arreglas todo—la interrumpió Rochi—. Tú eres la única mujer que conozco que lleva el horario de limpieza en la agenda del ordenador. Yo limpio si está sucio, y si no, me echo una siesta.
Mariana  levantó la barbilla desafiante.
—Te apuesto a que, si me das diez días, te organizo esta casa para que todo vaya como la seda.
—Mamá dice que ella se ocupará de los niños—dijo Rocío—. Ha contratado ayuda extra, ha guardado la porcelana y le ha advertido a papá que no podrá ir a jugar al golf durante una semana. He tardado dos meses en convencerla pero, finalmente, ha accedido.
—Estoy segura de que no le importará que cambies tus planes. Además, si necesitara ayuda, siempre podría llamarla. Está a diez minutos de aquí. Sé que puedo hacer esto, por favor, Rochi.
Rocío sonrió y asintió.
—De acuerdo, pero tienes que prometerme que si tienes algún problema, llamarás a mamá inmediatamente.
Mariana  se arrodilló en el suelo y los niños comenzaron a rodearla. Le dio a cada uno un beso.
—Te lo prometo. Pero estoy segura de que todo irá bien. Nos lo vamos a pasar estupendamente, ¿verdad, chicos?

Continua. 

Creo que ha quedado bastaste largo, espero que les guste el primer capítulo de la adaptación, pienso publicar un o dos al día. 


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